#NiUnaMenos vs #NadieMenos
El lenguaje en acción
A una semana de la grandiosa marcha #NiUnaMenos, convocada para llamar la atención a las autoridades sobre el abuso contra la mujer y el feminicidio, quería evaluar la situación que ocurrió días antes del 13 de agosto, sobre todo de un sector conservador de la población y ligado al colectivo Parejas Reales. El argumento de este grupo a través de su página de Facebook fue deslegitimar la marcha #NiUnaMenos porque “estaba ligada a grupos proaborto y del lobby gay”, con lo cual participar en ella era incentivar de una u otra manera — y subrepticiamente— a la despenalización del aborto y el reconocimiento de las parejas LGTBQ. Como muchos saben, Parejas Reales aboga por la “familia natural” y la vida del feto; están en contra de la Unión Civil y la despenalización del aborto.
En consecuencia, este colectivo se alejó rotundamente del fin de la marcha, que es apoyar a las mujeres maltratadas y asesinadas por sus parejas, y empezaron una contramarcha con un lema propio o hastag: #NadieMenos. Este hashtag —palabra y significante a la vez— trataba de ser más inclusivo y abarcador que el denominado y creado para la marcha. Así, #NadieMenos es una respuesta a #NiUnaMenos, pero en el sentido que ellos le dan solo defiende a las mujeres, entre las cuales también se encuentran las trans, lesbianas y chicas a favor de la despenalización del aborto; mientras que su posición también “defiende el derecho del no nacido y de la familia natural”, excluidos, según ellos, de la propuesta inicial. Propongo aquí explicar por qué decir #NadieMenos es más bien lo excluyente y violento; en cambio, #NiUnaMenos pone el dedo en la llaga, quiere visibilizar la violencia que sufre la mujer día a día y sobre la cual no recibe una respuesta del Estado.
Como sociedad y nación fundaba en los albores del siglo XIX, la homogenización de la sociedad se convirtió en regla. Así, los esclavos fueron liberados, la educación estatal es una política de estado, al igual que la salud y la seguridad. Con los años, los obreros obtuvieron la validación de las ocho horas, las mujeres pudieron votar, se desterró el gamonalismo y, ya en 1979, todo ciudadano nacido en este país tuvo el derecho de votar, sea analfabeto o no, tenga el apellido que tenga y el estrato social. Aun así, la homogenización avanzó en la ley, escrita en un papel o en un código civil, pero en la realidad fue distinta. Por ejemplo, en la actualidad, las mujeres pueden conseguir un trabajo, votar y tener plena libertad al igual que el género masculino. Sin embargo, eso no impidió que conductas insertadas dentro de la colectividad siguieran existiendo; por eso miles de mujeres maltratadas físicas y psicológicamente no recibían el apoyo de un estado aún con la mentalidad de siglos atrás. La pasividad con los cuales se resolvían estos casos pasó a mayores cuando los responsables no obtenían el castigo necesario o injusto. Ese fue el fin de la marcha #NiUnaMenos: dar un sacudón y despertar a la opinión pública sobre un problema que lleva años oculto, en silencio, y que el sábado 13 de agosto se oyó por doquier, convocando a miles de niños, jóvenes y adultos. Si queremos dar a nuestros ciudadanos un estado homogéneo y con las mismas oportunidades para todos, entonces esta marcha mostró que aún existen rezagos del pasado que hay que combatir y dejarlos atrás por el bien de ellas, por el bien de todos.
Mientras tanto, decir #NadieMenos no ataca el problema de fondo, más bien lo disminuye, lo vuelve nuevamente invisible, se pierde dentro de todas las posibilidades que existen dentro de la palabra “nadie”. Si con #NiUnaMenos se particulariza un llamado —defender a las mujeres—, aquí se tapa, se mete en la bolsa otros problemas igual de importantes, pero no específicos. El problema es grave y allí están las estadísticas para demostrarlo. Somos uno de los países de la región con mayores tasas de violencia contra la mujer y resaltar esa particularidad y hacer oír el reclamo de los ciudadanos hacia el Poder Judicial no es en vano. Decir #NadieMenos es también callar ante los abusos, ser partícipe de lo que sucede y no querer ver lo que pasa: lavarse las manos ante la injusticia de las mujeres muertas y golpeadas es peligroso y solo consigue que sigan sucediendo estos hechos.
Quiero permitirme un paréntesis para comparar esta situación con otra parecida en los Estados Unidos: #BlackLivesMatter contra #AllLivesMatter. Aquí sucede lo mismo, el abuso del cuerpo policial norteamericano contra la comunidad afroamericana en Estados Unidos obtiene una respuesta: se crea #BlackLiveMatter, un colectivo que alza la voz contra los maltratos y asesinatos de jóvenes negros en manos de policías. La reacción de una parte del ala conservadora de los medios norteamericanos respondió, sobre todo los políticos del partido republicano, con #AllLivesMatter, dando a entender, como en el caso peruano, que su protesta no era importante, sino que “todos” somos importantes y no solo ellos. Otra vez el significante y la palabra hacen su aparición para probar su fortaleza y su violencia en el lenguaje. Con #AllLivesMatter se quiere decir que se callen los que protestan porque nosotros estamos bien y si tú estás mal, aunque te golpeen y asesinen, entonces debe seguir así. La discusión en el país del norte aún persiste, ojalá no llegue a esos extremos en nuestro país.
Para finalizar, lo que quiero concluir es que las voces de protesta contra la injusticia son más fuertes que otras voces que quieren callar lo obvio. Con decir #NadieMenos no ayudamos a nadie ni a todos, sino que somos cómplices del día a día, de la mujer golpeada y asesinada. Si nos quieren dividir, el 13 de agosto se demostró en las calles que los peruanos están más unidos que nunca por una causa justa. Por eso y una vez más #NiUnaMenos.